La dureza de los comentarios sobre Finnegans Wake y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial supusieron un duro mazazo para el escritor. Regresó a Zúrich a finales de 1940, huyendo de la ocupación nazi de Francia. El 11 de enero de 1941, se sometió a una operación de úlcera de duodeno perforada. Si bien mejoró en los primeros momentos, al día siguiente recayó y, a pesar de varias transfusiones, entró en coma. Se despertó a las dos de la madrugada del 13 de enero de 1941, y pidió a una enfermera que llamara a su esposa e hijo, antes de perder la consciencia de nuevo. Murió quince minutos más tarde, antes de que llegase su familia.
Joyce está enterrado en el cementerio Fluntern; desde su tumba se oyen los rugidos de los leones del zoo de Zúrich. Aunque dos altos diplomáticos irlandeses se encontraban en Suiza en ese momento, no asistieron a los funerales de Joyce; el gobierno irlandés negó a Nora posteriormente la autorización para repatriar los restos mortales del escritor. Nora le sobrevivió diez años. Se halla enterrada a su lado, al igual que su hijo Giorgio, muerto en 1976. Su biógrafo Ellmann informa de que, cuando los arreglos para el entierro de Joyce se estaban realizando, un sacerdote católico trató de convencer a Nora de celebrar una misa funeral. Siempre fiel al criterio de su esposo, ella respondió: «No podría hacerle a él tal cosa.» El tenor suizo Max Meili cantó Addio terra, addio cielo, del Orfeo de Monteverdi, en el servicio funerario.
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